S A M A R A C O L I N A
POR FIN EN NUEVA YORK
Después de casi 6 meses de planeación e idealización, mucho miedo, trámites y esfuerzo para conseguir la visa y tras casi 5 horas en el avión, por fin estamos pisando Nueva York.
Durante el vuelo me sentí entusiasmada y alegre, pero al aterrizar en el aeropuerto John F. Kennedy y llegar a migración vuelvo a sentir miedo, veo a varixs de mis compañeros pasar sin mayor problema, pero a mí si me interrogan, cuando les contesto que voy a visitar museos me preguntan que a cuáles, afortunadamente toda la planeación sirvió y respondo rápido varios nombres, me dicen que pase, me siento aliviada pero eso me hace recordar que provengo de un país de migrantes y que estoy entrando a un país dominante en donde estoy en cierta posición de sumisión. Al salir de migración nos reunimos todxs y acto seguido nos subimos a una camioneta amarilla y al ver la ciudad a lo lejos me invade la emoción. Por la ventana veo los rascacielos y las coladeras humeantes. Al bajarnos del taxi y verlxs a todxs bajar sus maletas todo se vuelve alegría, de verdad lo logramos, lxs seis compañerxs de maestría, mis cómplices de largos diálogos durante los últimos dos años estamos ahí, por fin reunidos presencialmente y juntxs en otra esquina del mundo.
Al llegar al hotel Itziar organiza una rifa que decidirá el acomodo para las habitaciones, el azar decide y quedamos perfectamente acomodados de manera casi mágica. A mí me toca con Caro y estamos muy emocionadas al llegar a nuestra habitación. Me baño rápido y nos vamos caminando rumbo al Central Park, de camino entramos a una farmacia a comprar un snack, una de las primeras cosas que me impresiona es que al ingresar mi tarjeta me da la opción de poner la pantalla en español y al detectar que es una tarjeta mexicana me da automáticamente la cifra que voy a pagar en pesos mexicanos.
De ese momento en adelante, hasta que lleguemos a una pizzería al otro lado del parque todo será una vertiginoso bombardeo de estímulos visuales, sonoros y olfativos, a pesar de que ya sabía que sería así, me sorprende oír tantos idiomas, y tantos acentos diversos de español, toda la variedad humana en todo su esplendor moviéndose por el mismo espacio. Los lujosos y brillantes escaparates de las tiendas de la 5ta avenida contrastan con los olores a aceite quemado y orines. Atravesar el Central Park me hace pensar en todas las películas y series que he visto donde es escenario, pienso que es bonito, pero no espectacular, nos tomamos una foto todxs juntxs sobre una roca, al subirme me pego fuertemente en la rodilla, intento que nadie se dé cuenta de mi torpeza, pero producto de ese golpe tendré durante todo el viaje un gran moretón de muchos colores que me acompañará. Me parece que todo el paisaje es muy dorado, acontecimiento que se repetirá todos los atardeceres que pasemos ahí, los edificios son tal y como los imaginé, o más bien como los recordaba de más escenas de películas. La chica que nos atiende en la pizzería parece muy apurada y poco paciente, esa situación también será reincidente en casi todos los restaurantes.
Durante los días siguientes lo que más me impresiona es que casi todxs hablan español, aunque sea un poco, me hablan en español en cuanto me ven, saben que soy latinoamericana e hispanohablante con solo verme, pienso en toda la carga histórica y política que hay en mi color de piel, en mi cabello, en mis rasgos, en mi forma de vestirme y maquillarme. También me sorprende que algunos museos tienen sus textos de sala y fichas en español. En el Whitney, Cris Scorza, encargada del área de educación del museo, nos platica al respecto y nos dice que se proyecta que en los próximos 5 años el 40% de los habitantes de Nueva York hablen español.
También me intriga que la marea verde haya llegado a EE.UU., hasta hace poco pensaba que no sucedería, había estado revisando imágenes sobre las marchas de mujeres en ese país y había notado que allá usaban el color rosa como distintivo, por otra parte, me parecía muy potente que en los últimos años el uso del color verde como distintivo por la lucha por el aborto legal que inició en Argentina se hubiera extendido y que actualmente la combinación del verde y el morado nos vincule como feministas latinoamericanas. Pero recientemente ante la amenaza de que el aborto dejara de ser un derecho constitucional las feministas de EE.UU. empezaron a adoptar el color verde en su lucha por la defensa de sus derechos reproductivos.
Una amiga feminista que vive en Nueva York me avisó de una reunión en el Central Park para planear estrategias de intervención en el espacio público y asistí, mi primera sorpresa fue que éramos muy pocas, sólo éramos alrededor de 10 personas, incluyendo a dos hombres, uno de ellos mexicano y 4 de las mujeres parecían muy jóvenes, más bien adolescentes de unos 15 años aproximadamente. Eran muy amables y me invitaron a participar en la intervención de desplegar una manta verde gigante en un partido de baseball que tenían planeada para unos días después de nuestro encuentro. Yo les dije que en México solíamos intervenir los monumentos con mantas y pañuelos verdes, se me quedaron viendo con cierta extrañeza y sólo dijeron: “quizás”, después el mexicano me dijo que allá eran muy cautelosas con no incumplir leyes, y que era difícil que intervinieran símbolos y monumentos, a diferencia de la reciente radicalización de la protesta feminista en México.
Dos días después me reuní con Begonia Santa-Cecilia, artista y activista radicada en Nueva York, platicando al respecto con ella me confirmó lo que me dijo el mexicano y me dijo que además estaba penalizado que más de 20 personas se reúnan en el espacio público sin dar aviso previo a las autoridades. Pensaba en que casi todos los espacios donde estuvimos en Nueva York estaban ocupados por multitudes de turistas o de locales tomando el sol, y que entonces cómo hacen la distinción de una reunión política de una que no. También pensaba que si los locales tienen mucho miedo de incumplir leyes entonces seguramente las personas que habitan Nueva York en condiciones mucho más delicadas legalmente deben de tener mucho más.
Por otra parte durante esos días tuve la sensación de que allá las distintas comunidades por origen de procedencia tienen lazos fuertes y tienen claro que quieren ayudar a los suyos. Por eso mi museo favorito fue el Museo del Barrio, en el recorrido Patrick Charpenel, Director Ejecutivo de la institución, nos explicó que a diferencia de los otros museos de Nueva York que fueron fundados por coleccionistas millonarios, ese museo venía de la organización de la comunidad puertorriqueña y tenía una larga historia de colectividad y resistencia. En la exposición había registros fotográficos de protestas en 1970 de artistas afroamericanos y puertorriqueños denunciando el racismo de los museos de la ciudad, yo pensaba en que probablemente gracias a su lucha hoy las cosas han cambiado dentro de la escena de Nueva York, o esa impresión da, pues muchas de las exposiciones que visitamos durante esos días en museos y galerías eran de artistas racializadxs y con temas relacionados a la decolonización. Pero al día siguiente durante la cocinada colectiva conocí a Gonzalo Miñano Paz, un estudiante peruano de Integrated Practice MFA de Pratt Institute, él me dijo que estaba allá porque en Lima no había muchas posibilidades para ser artista y vivir del arte, y eso que Lima es la capital y la ciudad más grande de Perú. Entonces, me llena de dicha ver que ya hay artistas racializadxs y de países de lo que se conoce como el sur global exponiendo en los museos y galerías de Nueva York, pero el problema sigue siendo llegar a esa ciudad, migrar porque donde crecimos no hay posibilidades de crecer profesionalmente, el ámbito artístico sigue siendo dominado por lo que se decide en espacios hegemónicos de ciudades en países históricamente y económicamente dominantes.